jueves, 31 de marzo de 2011

LA PRIMERA VISITA DEL ESPÍRITU SANTO A MI VIDA

           Era una niña de largas trenzas, (con las que batallaba cada mañana mi abuelita), que   los domingos, sí o sí iba a misa en la Parroquia Virgen de Fátima para escuchar al Paí Meyer, que en ese entonces era un joven lleno de energía que congregaba a la comunidad alrededor de los proyectos que llevaba adelante.
          Como no había Biblia, (ni siquiera sabía que era eso ya que esa palabra no existía en mi vocabulario) lo que yo conocía de Dios lo escuchaba por el sermón de los domingos, que sentada en el duro banco con mi familia alrededor lo recibía…escuchaba de Jesús, de Dios…pero no entendía mucho.
         Y llegué a los 11 años, (lo recuerdo muy bien, pues marcó mi vida), yo era una nena normal que jugaba y asistía a la escuela, y un día estaba con mi hermana en nuestro cuarto y recibí una visita, la visita de la persona más importante del mundo…nó!, nó del mundo, sino del universo.
        Lo que no recuerdo es lo que hablaba con mi hermana en una conversación trivial, de un tema sin importancia, lo que sé es que no estaba orando ni nada por el estilo, no era una persona espiritual ni estaba “en la búsqueda de Dios” y ese día, esa tarde, en un momento dije, (no me pregunten porqué, no lo sé):
“ES QUE DIOS ES TAN BUENO, TAN GRANDE”. Y no sabía que con esas palabras iba a bajar el Cielo a la Tierra para mí...
        Y no sé como pasó…una Presencia llenó la habitación, percibí que bajó del Cielo una Presencia tan poderosa y tan dulce. Sentí que me llenaba, como si fuera que yo estaba en una piscina de agua y el nivel del agua me cubría y llenaba todo mi ser, solo que no era agua lo que me llenaba y rebosaba: ERA AMOR. Fui sumergida literalmente en AMOR. Y empecé a llorar de un gozo tan profundo que no hay palabras para definir. Era yo uno con alguien y solo sabía 2 cosas: ERA DIOS Y ERA AMOR.  Le dije a mi hermana: DIOS ESTÁ AQUÍ. Y lloraba y lloraba y ella me miraba en silencio sin preguntarme nada.
         Después de esa experiencia hasta varios días el PODER estaba en mí era tan fuerte que yo no sentía dolor físico al lastimarme; yo quería retenerlo, pero de alguna manera yo sabía que dejaría de sentir lo que estaba sintiendo: gozo total y llenura de amor impresionantes. Y el deseo intenso de consagrarme a Dios, que para una niña católica era “ser monja”. Entonces quise quedarme con ÉL y no sabía como, hablé con el Paí Meyer, le conté mi experiencia, pero no me entendió, él no sabía de lo que yo hablaba, le dije que quería ser monja (era la única forma que yo conocía de que una mujer sirva a Dios). Y leí el catecismo, hice penitencias, rezaba desesperadamente para que Él no se fuera, pero no tenía una Biblia y dejé de percibir la Presencia.
       Pero no se fue, porque aunque pasaron los años turbulentos de la adolescencia, cuando juzgaba cualquier situación o estaba en tentación me encontraba pensando: “yo sé que Dios existe porque un día Él me visitó”; entonces yo podía escuchar cualquier filosofía o creencia, leer cualquier libro, exponer mi mente a todas las ideas, pero siempre me acompañaba la convicción de que Dios existe (el Dios de los cristianos), no porque me hayan hablado de Él, o porque haya sido convencida de ello, sino porque un día a los 11 años de vida SU ESPÍRITU DE AMOR ME VISITÓ.
       El ESPÍRITU DE DIOS revelándose a una niñita de largas trenzas, visitándola y marcando su vida para siempre…
                            Yamili Filártiga

sábado, 26 de marzo de 2011

Mulan, su papá, Dios y yo - Conociendo a mi Padre Celestial

      Cuando entré al Reino de Dios conocía a Jesús mi Salvador, ¡lo amaba tanto!, conocía al Espíritu Santo que me guiaba, me hablaba y me abría el entendimiento a la Palabra de Dios, ¡que gusto! Pero no conocía al Padre…no podía llamar “papá” a Dios. Y aunque tenía el gozo de su salvación, siempre temía su castigo o el perder Su presencia…entonces trataba de obedecerle, de cumplir su Palabra, de ser más buena, ¡oh! ¡como quería ser más buena para agradarle! Pero cuanto más me esforzaba, más fracasaba. Y aunque le amaba ¡Tenía tanto miedo de Él!  ¡No podía ser que Dios se agrade de mí! No soy tan santa, no soy tan consagrada, no soy tan obediente…
      Hasta que un día viendo Mulan (¿lo vieron verdad? A la hermosa chinita guerrera que va a la guerra disfrazada de hombre sin la autorización de su papá), y al final de la película, cuando Mulan vuelve de la guerra con honores y condecoraciones, y se acerca a su Padre temerosa de su desaprobación y presentando en sus manos el símbolo de sus logros: la espada que el emperador le entregó, su padre al verla, hace a un lado la espada y abraza con fuerza a su hija diciéndole con su actitud que a él no le importan sus logros, no le importa su victoria en la guerra, que no tiene importancia lo que ella haya hecho, y ni siquiera su desobediencia…Él le amaba a ella, a su hija, su princesa, su tesoro…Y Dios me habló ahí y me dijo: “yo no quiero tus logros, tu obediencia ni tus obras, yo te quiero a ti, mi princesa, mi nenita…te amo”. Y comencé a conocerle al Padre, y entendí su amor, entendí que su sangre corre por mis venas, que soy su hija, no su sierva, que el me ama tanto, tanto que dio a Jesús por mí, para que yo pueda permanecer en pie delante de su trono santo a pesar de mis imperfecciones y hasta de la desobediencia…
      Y el amor de mi papito me cambió, desapareció el miedo, y cuando caía me levantaba en seguida; con convicción, pero sin culpa, porque sabía que ahí estaba mi Papito para sostenerme. Y cuando me sentía débil y sin fuerzas, mi Papito estaba ahí para mimarme…y lo está siempre, pues aunque para mi marido, yo soy su esposa y el amor de su vida (él lo es también para mí) y para mis hijos soy su madre amada… para Dios yo soy y siempre seré SU NENITA Y ÉL SIEMPRE SERÁ MI PAPITO DEL CIELO.
       Su amor de Padre me hizo libre…ya no tengo religión…sino tengo UN PADRE.
                        Yamili Filártiga

miércoles, 23 de marzo de 2011

DIOS QUIERE LO QUE YO QUIERO



Todo ser humano trae en su interior un chip, (como que está programado) para buscar ser noble y ser cada vez mejor persona. Todo individuo sobre esta tierra, sin importar su cultura, idioma o religión, comparte los valores universales del amor, de la fe, la vida, la solidaridad, entre otros.
Deseamos hacer grandes cosas y que eso nos brinde fama, poder y dinero (esto último porque relacionamos el poder adquisitivo del dinero con la capacidad de hacer algo). Pero detrás de estos anhelos lo que queremos es tener  bienestar, dejar un rastro de nuestra presencia en esta tierra, tener logros que marquen positivamente nuestras vidas y las de los que nos rodean. Estas leyes o programaciones mentales están marcadas tan profundamente en el interior del hombre que Dios que la Biblia dice que la ley de Dios está escrita en el corazón de todos los hombres”. (Rom 2:14-15)
Ese anhelo de ser buenos, mejores cada día, es un anhelo de nuestros corazones y el de Dios. Fuimos creados a su imagen y semejanza, pero desde el Edén, hemos caído del pedestal donde Dios nos puso como corona de su creación, y desde ese tiempo todos los hombres buscamos recuperar esa imagen…por distintos caminos, pero solo uno verdadero.
Recuerdo años antes en una no tan breve incursión al Kun Fu y al Budismo, me admiraba de los valores que pregonan estas filosofías: dominio propio, despegue de los placeres terrenales, paz,  amor al prójimo, generosidad, armonía con uno mismo y con la naturaleza, etc. y pensaba que era lo mejor, que había encontrado la verdad; hasta que intenté llevarlo a la práctica, intenté encontrar la fuerza en mi interior y ser buena con mis propias fuerzas, intenté controlar mis pensamientos y emociones, pero todo era una utopía. No funcionó. Solo lograba frustrarme más conmigo misma.
Budismo: buena teoría, PERO SIN PODER PARA PRACTICARLO. Y decepcionada (no buscaba una buena filosofía, buscaba el poder para ser mejor persona) volví a mis raíces cristianas, anduve en un doloroso camino hasta que tuve una Biblia en mis manos y conocí a la Persona que es la fuente del Poder: el Espíritu de Cristo. Y encontré que Dios quiere lo mismo que yo: que yo sea mejor cada día, que desarrolle todo mi potencial (talentos y dones), que tenga bienestar y que pueda marcar mi generación en mi paso por esta tierra…además encontré la Gracia para cumplir la Ley. Esto no es solo teoría, es poder para ser lo que quiero ser. Es lo que Dios quiere para mí.