Imaginémonos un mundo de conformidad completa donde no existieran diferencias entre las personas. ¿Sería tal mundo un lugar mejor? ¿o feliz?
Las personas se sienten incómodas cuando parecen demasiados diferentes a las demás, pero, también en nuestra cultura occidental, se sienten incómodas cuando dan la impresión de ser exactamente igual a los demás. Como demuestran los experimentos realizados por Snyder y Fomkin (1980) las personas se sienten mejor cuando se ven a sí mismas como si fueran únicas. Es más, actuan de manera que que se reafirme su individualidad.
La visión de sí mismo como de alguien único también aparece en los “autoconceptos espontáneos” de las personas, así cuando se le pide a los niños: “cuéntame de ti”, son más dados a mencionar sus atributos particulares. Los niños nacidos en países extranjeros tienen más tendencia que los demás a mencionar su lugar de nacimiento. Los niños pelirrojos tienen más inclinación que los de pelo negro a mencionar espontáneamente el color de su pelo, mientras que los niños de bajo peso o los muy pesados tienen más probabilidad de referirse a su peso corporal. En los países donde coexisten personas de diferentes razas, los niños de las minorías tienden a mencionar su raza.
También cuando visitamos o vivimos en países extranjeros estamos más concientes de nuestra identidad nacional y sensible a la manera cómo los demás reaccionan a ella. Basta con estar 2 semanas fuera del país para empezar a escuchar música paraguaya y hasta quizás en nuestro corto vocabulario guaraní empezar a hablarlo con algún compatriota cercano.
Somos parte de la raza humana, pero también somos seres únicos, especiales, hechos a imagen y semejanza de Dios. Y eso nos recuerda constantemente en la Biblia. “Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra.”
Nuestros cuerpos fueron formados bajo la miraba atenta del Creador, y nuestra singularidad es parte de nuestra personalidad, así que considerando esto, valoremos las diferencias individuales de las personas que nos rodean, y (por ejemplo en un equipo de trabajo) y seamos catalizadores de lo mejor de los demás, sin atender a las diferencias, sin iras, peleas ni divisiones, sino en paz, respeto y unidad en la diversidad.
Ya que Dios constantemente reafirma nuestra singularidad, nuestro valor, el gran poder del desarrollo de nuestras capacidades y de nuestro potencial para el bien de los demás. Cada uno de sus hijos, y aún de su creación, tenemos un valor inconmensurable delante de Dios.
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