Cuando entré al Reino de Dios conocía a Jesús mi Salvador, ¡lo amaba tanto!, conocía al Espíritu Santo que me guiaba, me hablaba y me abría el entendimiento a la Palabra de Dios, ¡que gusto! Pero no conocía al Padre…no podía llamar “papá” a Dios. Y aunque tenía el gozo de su salvación, siempre temía su castigo o el perder Su presencia…entonces trataba de obedecerle, de cumplir su Palabra, de ser más buena, ¡oh! ¡como quería ser más buena para agradarle! Pero cuanto más me esforzaba, más fracasaba. Y aunque le amaba ¡Tenía tanto miedo de Él! ¡No podía ser que Dios se agrade de mí! No soy tan santa, no soy tan consagrada, no soy tan obediente…
Hasta que un día viendo Mulan (¿lo vieron verdad? A la hermosa chinita guerrera que va a la guerra disfrazada de hombre sin la autorización de su papá), y al final de la película, cuando Mulan vuelve de la guerra con honores y condecoraciones, y se acerca a su Padre temerosa de su desaprobación y presentando en sus manos el símbolo de sus logros: la espada que el emperador le entregó, su padre al verla, hace a un lado la espada y abraza con fuerza a su hija diciéndole con su actitud que a él no le importan sus logros, no le importa su victoria en la guerra, que no tiene importancia lo que ella haya hecho, y ni siquiera su desobediencia…Él le amaba a ella, a su hija, su princesa, su tesoro…Y Dios me habló ahí y me dijo: “yo no quiero tus logros, tu obediencia ni tus obras, yo te quiero a ti, mi princesa, mi nenita…te amo”. Y comencé a conocerle al Padre, y entendí su amor, entendí que su sangre corre por mis venas, que soy su hija, no su sierva, que el me ama tanto, tanto que dio a Jesús por mí, para que yo pueda permanecer en pie delante de su trono santo a pesar de mis imperfecciones y hasta de la desobediencia…
Y el amor de mi papito me cambió, desapareció el miedo, y cuando caía me levantaba en seguida; con convicción, pero sin culpa, porque sabía que ahí estaba mi Papito para sostenerme. Y cuando me sentía débil y sin fuerzas, mi Papito estaba ahí para mimarme…y lo está siempre, pues aunque para mi marido, yo soy su esposa y el amor de su vida (él lo es también para mí) y para mis hijos soy su madre amada… para Dios yo soy y siempre seré SU NENITA Y ÉL SIEMPRE SERÁ MI PAPITO DEL CIELO.
Su amor de Padre me hizo libre…ya no tengo religión…sino tengo UN PADRE.
Yamili Filártiga
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