Era una niña de largas trenzas, (con las que batallaba cada mañana mi abuelita), que los domingos, sí o sí iba a misa en la Parroquia Virgen de Fátima para escuchar al Paí Meyer, que en ese entonces era un joven lleno de energía que congregaba a la comunidad alrededor de los proyectos que llevaba adelante.
Como no había Biblia, (ni siquiera sabía que era eso ya que esa palabra no existía en mi vocabulario) lo que yo conocía de Dios lo escuchaba por el sermón de los domingos, que sentada en el duro banco con mi familia alrededor lo recibía…escuchaba de Jesús, de Dios…pero no entendía mucho.
Y llegué a los 11 años, (lo recuerdo muy bien, pues marcó mi vida), yo era una nena normal que jugaba y asistía a la escuela, y un día estaba con mi hermana en nuestro cuarto y recibí una visita, la visita de la persona más importante del mundo…nó!, nó del mundo, sino del universo.
Lo que no recuerdo es lo que hablaba con mi hermana en una conversación trivial, de un tema sin importancia, lo que sé es que no estaba orando ni nada por el estilo, no era una persona espiritual ni estaba “en la búsqueda de Dios” y ese día, esa tarde, en un momento dije, (no me pregunten porqué, no lo sé):
“ES QUE DIOS ES TAN BUENO, TAN GRANDE”. Y no sabía que con esas palabras iba a bajar el Cielo a la Tierra para mí...
Y no sé como pasó…una Presencia llenó la habitación, percibí que bajó del Cielo una Presencia tan poderosa y tan dulce. Sentí que me llenaba, como si fuera que yo estaba en una piscina de agua y el nivel del agua me cubría y llenaba todo mi ser, solo que no era agua lo que me llenaba y rebosaba: ERA AMOR. Fui sumergida literalmente en AMOR. Y empecé a llorar de un gozo tan profundo que no hay palabras para definir. Era yo uno con alguien y solo sabía 2 cosas: ERA DIOS Y ERA AMOR. Le dije a mi hermana: DIOS ESTÁ AQUÍ. Y lloraba y lloraba y ella me miraba en silencio sin preguntarme nada.
Después de esa experiencia hasta varios días el PODER estaba en mí era tan fuerte que yo no sentía dolor físico al lastimarme; yo quería retenerlo, pero de alguna manera yo sabía que dejaría de sentir lo que estaba sintiendo: gozo total y llenura de amor impresionantes. Y el deseo intenso de consagrarme a Dios, que para una niña católica era “ser monja”. Entonces quise quedarme con ÉL y no sabía como, hablé con el Paí Meyer, le conté mi experiencia, pero no me entendió, él no sabía de lo que yo hablaba, le dije que quería ser monja (era la única forma que yo conocía de que una mujer sirva a Dios). Y leí el catecismo, hice penitencias, rezaba desesperadamente para que Él no se fuera, pero no tenía una Biblia y dejé de percibir la Presencia.
Pero no se fue, porque aunque pasaron los años turbulentos de la adolescencia, cuando juzgaba cualquier situación o estaba en tentación me encontraba pensando: “yo sé que Dios existe porque un día Él me visitó”; entonces yo podía escuchar cualquier filosofía o creencia, leer cualquier libro, exponer mi mente a todas las ideas, pero siempre me acompañaba la convicción de que Dios existe (el Dios de los cristianos), no porque me hayan hablado de Él, o porque haya sido convencida de ello, sino porque un día a los 11 años de vida SU ESPÍRITU DE AMOR ME VISITÓ.
El ESPÍRITU DE DIOS revelándose a una niñita de largas trenzas, visitándola y marcando su vida para siempre…
Yamili Filártiga