Imagínate
estar sol@ y buscar amistad, acercarte a la gente, presentarte, hablarles, ser
amigable y que te rechacen una y otra vez. Y no tienes a nadie. Eso pasó con
Dios hace 4 milenios, Dios buscaba un pueblo, una nación, pero todos estaban
ocupados en adorar a dioses falsos, o a las fuerzas de la naturaleza; viviendo
en perversiones sexuales y violencias, más parecidos a las bestias que a
hombres; y nadie se volvía al Dios Vivo. Mientras Él seguía buscando… hasta que
en Hur de los Caldeos, lo encontró: Abram. Dios encontró un amigo, alguien en
quien confiar, con quien comunicarse , de quien levantar un pueblo y a quien
bendecir.
Y
por medio de Abraham levantó una nación, Su nación: Israel. El pueblo que es su
posesión. El único que se alejó de las perversidades y decidió ser su amigo. Su
pueblo.
¿Qué
sentirías si después de buscar tanto un amigo, por fin lo encuentras?
Celebrarías, lo bendecirías, y Dios le bendijo así: “Benditos los que te bendijeren
y malditos los que te maldijeren”.
La
historia es testigo de la fidelidad del Señor con su nación: recuperó su
territorio luego de 2000 años de haberlo perdido; Israel: pueblo pequeño, pero
poderoso, porque la mano del Todopoderoso lo sostiene. Y el que pelea contra Israel,
pelea contra Dios mismo.
¿Quieres
ser bendecido? bendice a Israel, ora por su paz. Y jamás… ¡jamás lo maldigas!
Porque si te vuelves en contra de él, te vuelves contra Dios mismo.
¡Bendita sea la nación de Israel. Paz sea a Jerusalén,
la ciudad del gran Rey!