Eran tiempos difíciles, yo estudiaba y trabajaba, y mi mamá se enfermó. Me sentía culpable por dejarla para ir a trabajar y estaba preocupada por su salud. Pero tenía que salir, entonces oré a Dios y ahí Él me abrió los ojos espirituales como hizo con el siervo de Eliseo(2 Rey 6:17).
Y ahí lo ví. Estaba parado al lado de la cabecera de la cama de mi mamá. Era alto, muy alto, como de 2 m y medio de altura…y bello, muy bello. Alto, atlético, vestido con una túnica blanca y un grueso cinto de oro trabajado. Tenía los brazos cruzados en el pecho en posición vigilante, el puño izquierdo cerrado y en la mano derecha una espada desenvainada. Su rostro era hermoso, parecido a un hombre, pero se notaba que no lo era. Era otro tipo de ser. Sus rasgos perfectos, ojos azules y pelo casi hasta los hombros, con reflejos rubios y ondulado.
Tenía la belleza griega clásica. Pero perfectamente sobrenatural. Y ni me miró. Mejor dicho, ni le importó mi presencia. Él estaba concentrado en su tarea, era un soldado. Un guerrero. Rostro impasible, noble. Mezcla de dureza y devoción.
Y a los que dicen que podemos hablarles, pedirles ayuda, darles órdenes, invocarles, alabarles, etc. la experiencia me dejó convencida de varias cosas; primero del poder y cuidado de Dios que los envía; segundo, estos seres llamados ángeles no son nuestros siervos, sino de Dios, ellos son fieles a Él y le obedecen a Él. No a nosotros. Porque ni si yo bailaba la cumbia delante de él, no me hubiese mirado. Bueno, una lección de humildad también…
Este pobre clamó, y le oyó Jehová,
Y lo libró de todas sus angustias.
El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen,
Y los defiende.
Gustad, y ved que es bueno Jehová;
Dichoso el hombre que confía en él
Y lo libró de todas sus angustias.
El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen,
Y los defiende.
Gustad, y ved que es bueno Jehová;
Dichoso el hombre que confía en él
Sl 34:6-8.
YAMILI FILÁRTIGA